Hablar de la historia de América Latina y su resistencia al imperio colonizador, implica recordar miles de formas de represión, saqueo, manipulación y violación a los derechos humanos en los habitantes de los distintos pueblos, que han sido perpetuadas por medio de modernas técnicas militares como la imposición de gobernantes, “el libre comercio”, los créditos usurarios, instituciones de conquista espiritual, mal manejo del conocimiento científico y tecnológico, medios de comunicación y la perspicaz propaganda que oscurecen la realidad de los verdaderos procesos sociales.
Otra de las formas de frenar la resistencia por parte de las clases bajas de los trabajadores, ha sido la compra de conciencia de sus lideres, que una vez conseguidos los objetivos para determinados sectores, olvidan el verdadero móvil de la lucha y las infalibles víctimas del gran colonialismo explotador.
A todo esto se suma el ascenso y la crisis del imperio norteamericano que se vio separado en tres grandes períodos que van desde su política de expansión marítima y ocupación militar; su gran producción industrial que en 1894 duplicó a la alcanzada por Inglaterra; el apoderamiento de gran parte del antiguo imperio español; su política de intervenciones coloniales y neo coloniales como fueron los casos de República Dominicana, Cuba, Honduras, Nicaragua, Panamá y Puerto Rico; la imposición de monocultivos; los intermitentes procesos revolucionarios; la penetración pacífica de Estados Unidos en busca de una integración económica, política y militar dentro de un sistema panamericano; el manejo de la cultura de la trampa impuesta por el coloso del norte logrando que la política se convierta en un show de masas; el racismo vergonzante y el humanitarismo cultural; hasta llegar al período de replanteamiento de la contrarrevolución de las clases dominantes en todos los campos; la pérdida de dominio sobre Cuba e inmediatamente su propia libertad, que permitió reenfocar el verdadero peligro situado ya no en los agitadores extranjeros, sino en el mismo pueblo.
Pese a este nuevo sentido de conflictividad, Estados Unidos no dejó de considerar a la Unión Soviética y a los países socialistas como enemigos principales, a más que reorganizó las fuerzas armadas que buscaban contrarrestar la resistencia del mismo pueblo conformado por campesinos, trabajadores y clases medias de América Latina que buscaban proteger no sólo la seguridad de este gran imperio, sino además, sus propiedades y la de sus gobernantes, justificando de esa manera la déspota intervención a cualquier país de América Latina en el caso de que sus gobiernos perdiesen el control sobre ellos; terrible práctica que se sigue llevando a cabo hasta nuestros días y con lo cual se justifica el desenfreno e irrespeto a los derechos humanos por culpa de una maldita palabra llamada poder.
Andrea Acuña
Otra de las formas de frenar la resistencia por parte de las clases bajas de los trabajadores, ha sido la compra de conciencia de sus lideres, que una vez conseguidos los objetivos para determinados sectores, olvidan el verdadero móvil de la lucha y las infalibles víctimas del gran colonialismo explotador.
A todo esto se suma el ascenso y la crisis del imperio norteamericano que se vio separado en tres grandes períodos que van desde su política de expansión marítima y ocupación militar; su gran producción industrial que en 1894 duplicó a la alcanzada por Inglaterra; el apoderamiento de gran parte del antiguo imperio español; su política de intervenciones coloniales y neo coloniales como fueron los casos de República Dominicana, Cuba, Honduras, Nicaragua, Panamá y Puerto Rico; la imposición de monocultivos; los intermitentes procesos revolucionarios; la penetración pacífica de Estados Unidos en busca de una integración económica, política y militar dentro de un sistema panamericano; el manejo de la cultura de la trampa impuesta por el coloso del norte logrando que la política se convierta en un show de masas; el racismo vergonzante y el humanitarismo cultural; hasta llegar al período de replanteamiento de la contrarrevolución de las clases dominantes en todos los campos; la pérdida de dominio sobre Cuba e inmediatamente su propia libertad, que permitió reenfocar el verdadero peligro situado ya no en los agitadores extranjeros, sino en el mismo pueblo.
Pese a este nuevo sentido de conflictividad, Estados Unidos no dejó de considerar a la Unión Soviética y a los países socialistas como enemigos principales, a más que reorganizó las fuerzas armadas que buscaban contrarrestar la resistencia del mismo pueblo conformado por campesinos, trabajadores y clases medias de América Latina que buscaban proteger no sólo la seguridad de este gran imperio, sino además, sus propiedades y la de sus gobernantes, justificando de esa manera la déspota intervención a cualquier país de América Latina en el caso de que sus gobiernos perdiesen el control sobre ellos; terrible práctica que se sigue llevando a cabo hasta nuestros días y con lo cual se justifica el desenfreno e irrespeto a los derechos humanos por culpa de una maldita palabra llamada poder.
Andrea Acuña